Módulo 20: Orden Sagrado

(CEC 1536-1600)

Lavatorio de pies

En todos los pueblos encontramos personas dedicadas al culto. Es connatural al hombre religioso que el ejercicio del culto a Dios se debe confiar  a hombres escogidos y debidamente preparados.

Por el Bautismo, cada cristiano se hace partícipe del sacerdocio de Cristo. Esto es lo que  llamamos  sacerdocio bautismal que nos hace evangelizadores y predicadores de la Palabra de Dios. Todos los cristianos somos iguales en dignidad y en responsabilidad en la misión de construir la Iglesia. Pero a algunos se le encomiendan tareas especiales y diferentes que a los laicos: el sacramento del Orden, hace al bautizado   que lo recibe, además de evangelizador y predicador, también pastor, que actúa en representación de Cristo: es el mismo Jesús que obra a través de él cuando administra los sacramentos. Es Jesús quien les dio a los sacerdotes los poderes necesarios para que actúen en su nombre y obren con su autoridad

Este sacramento imprime carácter: es para siempre. Nunca se deja de ser sacerdote. La Iglesia puede, en determinadas circunstancias dispensar a un sacerdote de ejercer el ministerio, pero no deja de ser sacerdote.

Además, este sacramento les da la gracia de estado, es decir, que los habilita para que desempeñen santamente las pesadas tareas del ministerio sacerdotal, venzan todos los peligros y tentaciones, y sean fieles a las promesas hechas a Dios.

La materia de este sacramento es la imposición de manos: «los constituyeron presbíteros (sacerdotes) en cada iglesia por la imposición de manos» (He 14, 23).

Desde los Apóstoles hasta los actuales obispos y sacerdotes una cadena ininterrumpida de Pastores, por medio de la imposición de manos, ha hecho llegar hasta nuestros días los poderes mismos de Cristo. De tal manera que si se apareciera Nuestro Señor Jesucristo resucitado y se pusiese a confesar juntamente con otros sacerdotes, tanto perdonarían los pecados estos últimos como el mismo Señor en persona, porque los sacerdotes perdonan en persona de Cristo, o sea, en su nombre y con su poder.
Y si celebrase la Santa Misa el mismo Cristo rodeado de todos los obispos y cardenales, con gran pompa y ornato, con todo el esplendor del canto y de la música sagrada, y por otro lado en un campo de concentración, sólo y abandonado, ignorado de todos, un sacerdote celebrase a su vez la Santa Misa, con unas migas de pan y un poco de vino puesto en un recipiente cualquiera sin ornamentos y a escondidas para que no lo vean sus verdugos, tanto valor tendría, en lo esencial, una Misa como otra, porque ambas son perpetuación del único Sacrificio de Cristo y ambas tendrían, por lo tanto, un valor infinito. En una celebraría Cristo en persona; en la otra un sacerdote en «persona de Cristo» (2 Co 2, 10), o sea, con su poder y en su nombre, porque por la imposición de las manos ha recibido el sacramento del Orden Sagrado.

 El poder de perdonar y de consagrar no lo tiene el sacerdote  por el mérito de sus virtudes, o por su capacidad intelectual, o por su apellido: los tiene porque los recibió de Jesucristo. Si los ejerciera estando en pecado mortal cometería, sin duda, un horrible sacrilegio pero igual perdonaría e igual consagraría porque lo haría en la persona de Cristo.

El agua pasa tanto por un caño de plata como por uno de plomo. El «agua viva» de la gracia de Dios pasa tanto a través de un sacerdote santo como a través de uno pecador.

Excusarse de ir a la iglesia para cumplir con Dios porque tal o cual sacerdote es malo, es una insensatez, ya que «cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo» (Ro 14, 12). Dios nos va a pedir cuentas del mal que nosotros hagamos y del bien que dejemos de hacer; no del mal que hagan o del bien que dejen de hacer otros, aunque sean sacerdotes. Cuando los hombres se presenten delante del «tribunal de Cristo para que reciba cada cual según lo que hubiese hecho» (2 Co 5,10), no va a valerles de nada la excusa de que «no hice bien porque otros hacían mal». Dios «dará a cada uno según sus obras» (Ro 2, 6) y no según las obras de los demás.


En la Iglesia latina, los sacerdotes  (excepto los diáconos permanentes) deben guardar el celibato. El celibato permite al ministro sagrado dedicarse con mayor libertad a la misión que se le ha confiado. El sentido común nos indica que un hombre no puede entregarse de manera completa al servicio de Dios y de los demás hombres, cuando tiene al mismo tiempo una familia por la cual preocuparse y hacerse responsable. Esto, desde un punto de vista práctico. Pero el celibato hace a la esencia del sacerdocio, así como el tener hijos hace a la esencia del matrimonio. No es una renuncia al amor, sino una opción por un amor más pleno al servicio de Dios y de los hermanos. Y es una opción totalmente libre: cuando alguien ingresa al seminario, sabe que se le exige el celibato y el compromiso de vivir en fidelidad a ese don.

Sólo los varones pueden recibir este sacramento. Pero ésto de ninguna manera representa discriminación contra la mujer. Ella puede, teniendo como modelo a la Madre de Dios, un valor destacado en la Iglesia, y puede consagrarse a la vocación religiosa.

¿Cuál es el motivo por el que la mujer no puede acceder al sacerdocio ministerial?
1. La actitud de Jesús: JC no llamó a ninguna mujer a formar parte de los doce.
2. Actitud de los apóstoles: Los apóstoles siguieron la praxis de Jesús respecto del ministerio sacerdotal, lamando a él sólo a varones. Y ésto a pesar de que María Santísima ocupaba un lugar central. Cuando tienen que cubrir el lugar de Judas, eligen entre dos varones.
3. Actitud de los Padres, la Liturgia y del Magisterio: Cuando algunas sectas gnósticas heréticas de los primeros siglos quisieron confiar el ministerio sacerdotal a mujeres, los Santos Padres juzgaron tal actitud inaceptable en la Iglesia.
4. Simbolismo sacramental: El sacerdocio minsterial es signo sacramental de Cristo Sacerdote. Los signos sacramentales no son puramente convencionales. La economía sacramental está fundada sobre signos naturales que representan o  significan por  una natural semejanza. Así, el pan y el vino para la Eucaristía, son signos adecuados por representar el alimento fundamental de los hombres; el agua para el bautismo, por ser el medio natural de limpiar, lavar, etc. Esto vale no solo para las cosas sino también para las personas. Los signos sacramentales tienen que guardar una representación adecuada, es decir, lo más específica posible. Por tanto, si en la Eucaristía es necesario expresar sacramentalmente el rol de Cristo, sólo puede darse una “semejanza natural” entre Cristo y su ministro si tal rol es desempeñado por un varón.
5. La Encarnación del Verbo ha tenido lugar según el sexo masculino.
6.Cristo es presentado por la Sagrada Escritura como el Esposo de la Iglesia. Ahora bien, esto resalta la función masculina de Cristo, respecto de la función femenina de la Iglesia en general. Por tanto, para que en el simbolismo sacramental el sujeto que hace de materia del sacramento del Orden (que representa a Cristo), y luego el sujeto que hace de ministro de la Eucaristía (que obra in persona Christi) sea un signo adecuado, tiene que ser un varón.
Conclusión: Los errores principales giran en torno a dos problemas. El primero es no concebir adecuadamente el sacerdocio sacramental, confundiéndolo con el sacerdocio común de los fieles. El segundo, es dejarse llevar por los prejuicios que ven en el sacerdocio ministerial una disciminación a la mujer y paralelamente un enaltecimiento del varón en detrimento de la mujer.

Aunque  el sacerdote tiene una misión especial, es un ser humano como todos los demás. También se equivoca, se cansa, se enferma, sufre, enfrenta problemas personales y familiares. Por eso hay que acompañarlos con  la oración y nuestra amistad, pidiendo  a Dios para que sean santos, cumpliendo con fidelidad su misión, y para que los jóvenes no sean sordos si Dios los llama al sacerdocio, ya que «el sembrado es mucho y los cosechadores pocos» (Lc 10, 2).

Glosario
Prelado (prelatus, superior): clérigo a quien se ha conferido una autoridad dentro de la Iglesia.
Obispo (episkopos, guardián, vigilante): Sucesor de los apóstoles. Está a cargo de una diócesis (=iglesia local)
Arzobispo (archiepiskopos, metropolitano): titular de una sede arzobispal
Obispo auxiliar: ayuda al obispo en su tarea pastoral
Presbítero (presbiterós, anciano): colaboradores de los obispos en su ministerio pastoral (=sacerdotes)

Diácono (diakonos, servidor): reciben el diaconado transitoriamente aquellos que luego recibirán el sacramento del orden; lo reciben permanentemente varones casados o solteros. Colaboran con los obispos y presbíteros administrando el bautismo, celebrando matrimonios, como ministros de la comunión; pueden presidir exequias, proclamar el Evangelio, etc.


Preguntas resumen:

1. ¿Qué es el sacramento del Orden?
El Sacramento por el que la misión confiada por Cristo a los Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
2. ¿Cuántos grados comprende el Sacramento del Orden?
Comprende tres grados: Episcopado, Presbiterado y Diaconado.
3 ¿Cuándo instituyó Jesucristo este Sacramento?
 Al dar a sus Apóstoles y sucesores la potestad de consagrar la Santa Eucaristía.
4. ¿Quién puede recibir este sacramento?
Solamente el varón bautizado.



Para trabajar en grupo:

1. Isabel tiene un hijo que dice que quiere ser sacerdote. Ella le aconseja que no, porque piensa que lo va a tener muy lejano; el papá se opone pues quiere que su hijo estudie y tenga una profesión ¿Qué piensas de estas actitudes?

2. Andrés quería mucho al padre Ricardo y cuando lo cambiaron de parroquia decidió no ir más a la Iglesia. ¿Crees que actuó bien?

3. Averiguar los nombres de los últimos cuatro papas, del Nuncio Apostólico, el Cardenal Primado, el Arzobispo, el Obispo Auxiliar, el Presidente de la CEA y del Párroco.


Lectura sugerida:

Fuente: www.aciprensa.com

¿Por qué los sacerdotes no se casan?

En la Iglesia Latina, los sacerdotes y ministros ordenados, a excepción de los diáconos permanentes, «son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato "por el Reino de los cielos" (Mt 19,12)» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1579). En efecto, todos los sacerdotes «están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos, y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato» (Código de Derecho Canónico c. 277).

Don de Dios

Este celibato sacerdotal es un «don peculiar de Dios» (Código de Derecho Canónico c. 277), que es parte del don de la vocación y que capacita a quien lo recibe para la misión particular que se le confía. Por ser don tiene la doble dimensión de elección y de capacidad para responder a ella. Conlleva también el compromiso de vivir en fidelidad al mismo don.

Que capacita para la misión

El celibato permite al ministro sagrado «unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres» (Código de Derecho Canónico c. 277). En efecto, como sugiere San Pablo(1Cor 7,32-34) y lo confirma el sentido común, un hombre no puede entregarse de manera tan plena e indivisa a las cosas de Dios y al servicio de los demás hombres si tiene al mismo tiempo una familia por la cual preocuparse y de la cual es responsable.

Opción por un amor más pleno

Queda claro por lo anterior que el celibato no es una renuncia al amor o al compromiso, cuanto una opción por un amor más universal y por un compromiso más pleno e integral en el servicio de Dios y de los hermanos.

Signo escatológico de la vida nueva

El celibato es un también un «signo de esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1579) y que él ya vive de una manera particular en su consagración. El sacerdote, en la aceptación y vivencia alegre de su celibato, anuncia el Reino de Dios al que estamos llamados todos y del que ya participamos de alguna manera en la Iglesia.

El celibato sacerdotal se apoya en el celibato de Cristo

El celibato practicado por los sacerdotes encuentra un modelo y un apoyo en el celibato de Cristo, Sumo Pontífice y Sacerdote Eterno, de cuyo sacerdocio es participación el sacerdocio ministerial.